Desarrollo Personal.

 

¿Cómo quisieras ser reconocido? ¿Por el éxito conseguido o por los logros alcanzados ?

Aún hoy en este mundo competitivo a la hora de idear el  futuro parece seguir en pie la eterna lucha entre el ingenio acumulativo en busca del éxito y el genio creativo que  pugna por sus logros. Y tú, ¿de que lado estás?

 

Helen Hayes contó una vez como su madre le explicó la diferencia entre el logro y el éxito.
_”El logro es el conocimiento y la satisfacción que tienes al saber que estudiaste o trabajaste duro haciendo lo mejor que esta en ti” _le dijo. “Éxito es ser alabado por otros, eso es lindo también, pero no tan importante o satisfactorio. Siempre enfócate hacia el logro y olvida el éxito”.
El motivo por el cual he comenzado citando esta estimulante frase es porque, aún cuando estemos de acuerdo con la enseñanza que promueve, nos deja también la sensación de que puede ser sumamente  difícil mantenerse fiel a este consejo a lo largo de toda una vida. Pero, ¿cuál es la razón?  ¿En virtud de qué movimiento llega la satisfacción interna a ser eclipsada por la recompensa externa?  ¿Es la búsqueda del éxito la versión realista y madura del natural  impulso hacia el logro?;  o ambos forman parte simplemente de dos estilos, dos formas de encarar la vida.
Cuando hablamos de  “éxito” probablemente nos ponemos a pensar en ideas sencillas como la de una determinada “competencia” en la que alguna figura con cierta “autoridad” tiene la capacidad de brindar una “aprobación”,  otorgando o denegando en consecuencia una “recompensa”. En tren de asociaciones, es claro que esa figura puede ser por caso ocupada por el público, una institución, un jefe, el padre, la madre, etc. sin que tal diversidad disminuya en nada la sensación de éxito. Y múltiple es también la naturaleza de la recompensa; por cuanto tanto el halago como la retribución material funcionan perfectamente bien a los fines propuestos.
Volviendo al ejemplo del principio, sigue siendo verdad que la pequeña Helen podría, siguiendo los consejos de su madre, hacer caso omiso a las voces que la alaban -o la critican- pero eso no quiere decir que sus compañeras, y menos aún que las figuras de autoridad, lo hagan. Ni los padres, ni el público ni los jefes se sienten especialmente cómodos ante quien le tiene sin cuidado el hecho de ser aprobado o no por ellos. Las consecuencias son deducibles. El camino de los logros es inevitablemente menos popular.
Y lo que es más importante, para quienes eligen la ruta del éxito, la competencia toma la forma de un desafío; la aprobación, un estímulo y una forma de reconocimiento por parte de las autoridades; en tanto que la recompensa se revela como moneda “contante y sonante”.
A poco de andar, la búsqueda del éxito se va volviendo inteligible: se debe alcanzar una meta definida y hace falta una cierta medida que permita comparar y ajustar el desempeño, regular los recursos y energías, evitando así las dilaciones.
A medida que nos adentramos en este tercer milenio y nuestra sociedad es cada vez más tecnificada, es claro que los criterios de selección y recompensa se van volviendo más precisos y puntuales. A nivel empresarial, por ejemplo, el éxito ha dejado de ser un hecho fortuito, para convertirse en el diseño acabado de especialistas: economistas, matemáticos, ingenieros sociales e informáticos y hasta filósofos especializados.
Desde el comienzo del siglo XX  se viene dando esta tendencia a la formalización, a la operacionalización progresiva de casi todas las ramas de la actividad humana. Como resultado de todo ese esfuerzo las empresas y las economías debieron ajustarse a estrictos criterios numéricos de eficiencia, los estudiantes fueron prolijamente calificados y quehaceres tan disímiles como el acto médico o el acto amatorio llegaron a ser debidamente diseccionados y cronometrados, creando normas que permitieron fundar los criterios de aceptación o rechazo.
Y las consecuencias no tardaron en hacerse sentir: la palabra “más” fue reemplazando paulatinamente a “mejor”; y aunque suponemos una diferencia entre ambas, no solemos decir esa diferencia, por lo que en la práctica tendemos a confundirlas. De manera tal que la alegría puede hoy ser tenida por un aumento de la emoción, un incremento del ritmo cardíaco, “mas” endorfinas, etc. todo lo cual, sin embargo, no impide que podamos afirmar que continuamos hablando de lo mismo.
Sin embargo, no se trata de una moda o un cambio impuesto desde arriba (como afirman aquellos que niegan la capacidad generativa del mercado), sino mas bien de un aprovechamiento del campo fértil que brinda la apreciación positiva del éxito y la competencia que hoy en día sostienen los sujetos.
Es resumen, el cambio socio-tecnológico condujo no sólo a un mejoramiento de la calidad de vida sino también a una transformación de la conciencia individual, la que a su vez abre un panorama absolutamente nuevo, a saber: estamos en presencia de una doble hélice espiralada; mientras que por una ellas asciende hacia el cielo el capital tecnológico, por la otra la capacidad del sujeto de pensarse a sí mismo va hundiéndose paulatinamente en el abismo de los tiempos.
El proceso es irreversible en tanto y en cuanto la tecnología no cumpla con su función lógica: aliviar al sujeto de las cargas del trabajo y la necesidad, liberando tiempo para el ocio y la creatividad. Lejos de ello, la tecnología se encuentra hoy al servicio de la multiplicación artificial de las necesidades.
Ahora bien, pero también podríamos preguntarnos, ¿cuánto dura a nivel individual la luna de miel con la apreciación positiva del éxito y sus cualidades? ¿Depende ésta del cumplimiento de las metas? ¿Cuáles son los síntomas de “recalentamiento” del circuito meta-recompensa-meta?
La pregunta no es redundante, ya que se invierten grandes sumas de dinero en el estudio de métodos y estrategias para mantener el pico de motivación.
En el estadio más elemental, la idea del éxito es percibida por los sujetos como una unidad simple de múltiples cualidades que no se molestan entre sí, ni compiten entre ellas entorpeciendo el camino. Así el mayor o menor número de personas que intenta alcanzar una meta, no afecta la apreciación de la recompensa, ni esta última modifica necesariamente la idea de la jerarquía encargada de la selección.
Además, como esas mismas cualidades son percibidas como una continuidad en los distintos ámbitos, el sistema de “recompensas” y “competencia” por la “aprobación” de la “autoridad” calificada se presenta como universal en términos de las aspiraciones particulares. Razonarán: “Unos compiten por la fama y otros por el dinero o los privilegios; están quienes aspiran a asegurar sus medios de subsistencia y quienes  a conquistar mercados financieros; es así como algunos obtienen mucho y otros menos, lo cual es natural, y está bien que así sea porque en definitiva todos estamos inmersos en la misma carrera por el éxito”.
También, a nivel institucional, es la percepción de reglas de juego en común en cuanto a la búsqueda del éxito la que permite a los actores una  consustanciación con los planes y objetivos de la misma.
De esta manera, nuestro sujeto se afanará positivamente por la conquista de sus metas e independientemente de que haya acumulado pocas o muchas recompensas llegará al punto en que comprenda que sus conquistas no se pueden mantener por sí solas en el tiempo. Definitivamente, el éxito es una silla en la que uno no puede detenerse a descansar demasiado.
Aparece entonces, una nueva cualidad del éxito, que es la de ser estructuralmente perecedero, es decir: todo éxito debe morir para ceder su lugar a uno nuevo. Sin esta dinámica, todo el sistema de premios y castigos al que éste apunta se desmoronaría. Para que el éxito sea efectivamente un incentivo debe convertirse en un hecho singular que desplace, no solamente a quienes han quedado relegados, sino también a quien se ha dormido en los laureles.
En este punto, lo que la idea de competencia activa trae a su mente ya no toma la forma de una apertura hacia la ventana del éxito (como ocurría antes) sino exactamente lo contrario: aparece el peso de la posibilidad del fracaso.
La idea de fracaso, y más específicamente la sensación de fracaso, derrumba su idilio con el éxito y, hay que decirlo, su tranquilidad.
Ahora, a la luz de la posibilidad  de fracaso, la necesidad de tener éxito se convierte más bien en una fuga hacia adelante que permite negar la presencia de todo lo que antes fue aceptado de buena gana porque no portaba aún el carácter de  la negatividad subyacente en tanto no podía ocurrirle a él –sino a otros.
A la sazón, aparece en el defensor del éxito, por primera vez, el temor a la arbitrariedad de la sanción externa (“quienes no tienen éxito es porque no se han esforzado lo suficiente”),  la inferioridad ante la jerarquía (“fui elegido porque me lo merezco”), el miedo a ser desplazado por la competencia (como envidia y recelo de las capacidades ajenas) y por último, el pavor a ser desechado como un objeto obsoleto, inservible a los fines de la estructura (“conozco mi trabajo, yo soy necesario en este puesto).
Pero luego, en tanto el fracaso no llegue, comenzará a pensar que todos esos temores formaron parte de un error de apreciación, una creencia anticipatoria negativa que él mismo había construido sin relación con su realidad efectiva.
Aun cuando admita que el carácter aprensivo de sus pensamientos fueron fruto de un examen precipitado de sí mismo, y rectifique el error, la presencia de tales pensamientos modificarán ya para siempre la relación que tiene con el éxito. Así, cuando la conciencia da cuenta de la no-verdad del éxito y  emprende la corrección, cae en que la única verdad a la que puede acceder es la verdad del percibir.
En adelante la conciencia ya no percibe simplemente, sino que consciente de los cambios que puede sufrir su forma de evaluar el éxito, separa ésta de las manifestaciones que objetivamente obtiene de su entorno. Pero, a esta altura el éxito ya no es lo era antes, algo que puede repartirse en función de ciertos méritos, ni tampoco algo que puede ofrecer garantías, por lo que el éxito se transforma entonces en una suposición.
Mas como el suponer y los datos sensibles que obtiene del entorno a resultas de su actividad productiva (bienes, números, resultados, exámenes, etc.) se forman ellos mismos en la percepción, el sujeto se ve compelido a comenzar de nuevo el mismo ciclo, que se va superando a cada momento y en su conjunto, como totalidad.

Lic. Pablo Kodric

17/6/08

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